domingo, 6 de junio de 2010

La ruta que sus manos crean al deslizar

Algo se enciende, es la pasión y el fuego, los labios sobre su cuello. El calor y las llamas que desde las profundidades se hacen valer. Sube, escala cada segmento de su piel. Lo huele. El perfume viaja desde su boca hasta cada extremo de su cuerpo. Se mezcla en su lengua, sigue su camino por la garganta, eriza sus pechos y un delicioso sollozo se hace valer. Llega a sus minúsculos alvéolos, donde el aroma volatil del amor no se detiene y escurridizo sigue su camino. Baja y calienta, hasta el más ínfimo rincón. Se fusiona con la sangre, y una exhalación, que poco relaja y mucho alimenta el dulce placer. Una misma respiración, un mismo aire entre los dos amantes. Que se condensa y como llovizna, gotas sobre su estómago se dejan caer. Resbalan, descienden y se esconden entre los secretos mejores ocultos. El sabor. Los labios siguen el camino incierto de la pasión y la excitación. Los sentidos se confunden y se agudizan. Los ojos, cerrados, se dejan llevar por la ruta que sus manos crean al deslizar, sin dirección, por la intrigante escultura de la piel en calor. Un fuerte golpe en el pecho. Un silencio perpetuo en el mismo instante en el que tiempo detiene su andar. Todo se hace uno, no hay principio, no hay final. La misma pura eternidad, en un respiro inconcluso, en un gemido profundo.

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